lunes, 13 de junio de 2011

ALMAS BAJO EL MAR... Los primeros 3 capítulos

PRÓLOGO

 Estoy mudo ante el silencio de tantos inviernos dormidos,
Esperando volver a renacer en primavera,
Cuando el calor del sol trae tus tímidos pasos a la playa.
Ansió disfrutar de tu sonrisa en verano,
Escondido entre las olas susurro la eterna canción,
Y muero cada tarde al anochecer cuando te vas,
Para revivir cada mañana al amanecer cuando vuelvas.
Me miras, pero no me puedes ver,
El azul del mar es profundo y yo demasiado lejos de ti.
Sé que no tengo el derecho a mirarte, aunque te miro.
Llevo tanto tiempo observándote,
Que apenas recuerdo como era mi existencia antes de hacerlo.
Sé que no puedo aspirar a que te fijes en mí,
Aunque yo no pueda apartar la mirada de ti.
Separados por mundos distintos,
El tuyo no está preparado para recibirme en el,
Mientras que tú presencia llena por completo el mío.
Estas tan cerca de mí, e infinitamente lejos de mi alcance.
Te miro, te siento, pero no puedo acercarme a ti.
Sé que ni siquiera puedo hablarte, porque no me conoces,
Aunque estaría dispuesto a cambiar eso,
Ignorando las leyes que incumpliría al hacerlo.



Capítulo 1  
                                                         18 DE MAYO  07:20 P.M.
PAGINAS DE DIARIO…

ADEMARO

Ese día de primavera había amanecido como otro cualquiera. Me había despertado temprano por la mañana y había ido a la playa.
Traspasé el bosque que ocultaba el trozo de playa que hacia tanto tiempo, me pertenecía.
Había admirado el susurro del viento mezclándose en la sinfonía de los pájaros y había observado como sus alas golpeaban ligeramente el aire removiendo los pétalos recién florecidos de los cerezos.
Entre los oscuros pinos de desvanecía el viento. Gotas de brisa húmeda trepaba entre sus afiladas hojas hasta el horizonte.
Me demore en el bosque admirando la variedad de colores que vestían los árboles más antiguos, los fructíferos y los que estaban más cerca de la playa, los tropicales.
El suelo húmedo del bosque estaba salpicado de pétalos blancos y rosas de los cerezos y los ciruelos que daban la nota de color entre las tonalidades de verde del resto de los árboles.
Entre el césped salvaje que cubría el suelo se escondían pequeñas florecillas de color violeta, tan pequeñas que apenas se notaban entre las malas hierbas que dominaban el bosque. Su olor dulce y al mismo tiempo fresco perfumaba el aire.
Llegue a la playa y observe la majestad de las olas al fundirse en la arena. Conté mentalmente los pájaros que sobrevolaban el cielo azul y se reflejaban en el mar.
A lo lejos observe un par de delfines grises que daban tumbos entre las olas. Podía ver cómo como sus saltos salpicaban gotas de agua que recorrían su piel resbalosa hasta unirse nuevamente con el mar.
Me quede escondido entre unos arbustos a la sobra de unas palmeras. No me atrevía a dar un paseo por la playa. ¿Y si ella apareciera justo en ese momento? No, no podía dejar que me viera.
Hacía tiempo que llevaba sin verla, las huellas de sus pasos en la arena ya se habían borrado. El viento había barrido la playa con fuerza disipando sus huellas y la lluvia de hace unos días había alejado su aroma. Aún así, la tenía más presente que nunca.
El frío invierno se había quedado atrás y con el también mi eterna espera. Junto con la primavera había florecido mis esperanzas de volver a verla. Después de un largo invierno sin ella, tenía más ansias que nunca del calor del sol que llevaba sus tímidos pasos a la playa.
Levante la mirada hacia el azul del cielo. Podía ver su sonrisa entre los blancas nubes y escuchar su voz entre el murmullo del viento. Recordaba con exactitud el sonido de sus pasos en la arena, el color esmeralda de sus ojos y el suave olor a lilas y orquídeas que desprendía su perfume.
Para mí ese día había empezado como otro cualquiera. Estaba esperándola, como siempre solía hacer en primavera.
No pensaba que ese día cambiaría toda mi existencia. Ya a estas alturas, eran pocas las cosas que podían sorprenderme. Llevaba mucho tiempo sin que nada altere mi penosa y excesivamente larga existencia. Pero ese día todo cambio.
Me quede en la playa esperándola durante toda la mañana y gran parte de la tarde, pero no apareció. Algunas veces estaba escondido entre las olas del mar y otras en cambio me refugiaba en la soledad del bosque.
Hacía años que la esperaba, pero como a veces me pasaba, ella no llegaba.
Eran ya las 04:20 de la tarde y el sol brillaba en el cielo sin ningún esfuerzo. Esa primavera había sido bastante caprichosa, pero ese día en particular se mantenía cálido sin mi ayuda.
Tenía que dejar de esperarla, era imposible que ella acudiera a una cita que no sabía que tenía. Pero era lo único que podía hacer. No tenía otra manera de verla.
El tiempo pasaba y no me atrevía a acercarme a ella. No podía presentarme delante de ella y dejar que me conozca, el voto de silencio que había jurado guardar, me impedía hacerlo… Prefería esperar.
El tiempo para mí no pasaba como para ella, eso lo tenía claro. ¿Pero qué otra cosa podía hacer?
Llevaba ya años observándola en silencio y no me importaba seguir haciéndolo si no fuera porque el tiempo no perdona. Pasa por ella como suele pasar por todos los humanos. Muy rápido, demasiado rápido para seguir pensado que tendré tiempo y valor para algún día acercarme a ella.
Decidí dejar de soñar con los ojos abiertos a cosas imposibles y prohibidas para mí y regresar a casa.
Mi familia seguramente me estaba esperando y no tendrían que estar muy contentos si supieran que he estado otra vez en la playa esperándola.
Por el camino a casa, al salir del bosque que ocultaba la playa, escuché el ruido de una sirena de policía.
Había mucha gente reunida en círculo alrededor de la víctima. Un hombre joven yacía inmóvil en el suelo. Supuse que fue atropellado por un coche por los murmullos de la gente reunida a su alrededor.
No tenía hambre, me había alimentado la semana pasada y podía resistir una semana más sin problemas.
No quería ver aquel accidente, no me apetecía ver más muertos. Estaba ya harto de tanto sufrimiento ajeno. Pero una fuerza extraña que superaba mi voluntad, me llamaba…
No quería acercarme, me quedé al margen entre la multitud reunida escuchando los llantos de dolor de su familia. Escuché cómo el médico comunicaba a sus familiares el fallecimiento de la víctima, e intenté alejarme, no quería presenciar aquello.
Intenté alejarme pero no podía, algo me retenía en ese lugar atando mi voluntad. Estaba inmóvil en la acera a pesar de mis intentos de marcharme. Aquella fuerza superior controlaba todo mi ser…


                                                                  18 DE MAYO, 06:40 P.M.
GISELLE

Hoy me desperté por la mañana temprano como nunca antes, llena de emociones e ilusión y un poquito cansada porque la noche anterior no había dormido bastante.
Estaba nerviosa y entusiasmada al mismo tiempo. No paraba de pensar en todas las cosas que me estaba pasando, y si todo eso era un sueño… definitivamente no quería despertar…
Tenía tantas cosas que hacer y yo aún estaba en la cama con mi pijama improvisada puesta, una antigua camiseta larga y unos pantalones cortos que había utilizado siempre para dormir.
Miré instintivamente hacia la ventana, unos rayos de sol tímidos cubrían mi habitación. Me alegré de que hiciera buen tiempo ya que hoy lo necesitaba más que nunca.
Esta época del año era bastante caprichosa, nunca se sabía cuándo va a hacer sol o cuando llovería, así era mayo en esta parte de Grecia, en Creta.
Encendí la radio en mi emisora favorita, un grupo tocaba la quitara de tal modo que me emocioné al escucharlo.
Me fui corriendo al baño para asearme lo más deprisa posible, por el camino me di un golpe contra una silla que estaba en medio de la habitación. Me caí al suelo bruscamente, no antes de pisar un lápiz de punta que estaba cerca de la silla y un rotulador sin tapa. Intente levantarme, estaba un poco avergonzada por la situación y bastante dolorida. Menos mal que no me había visto nadie.
Lentamente intente levantarme. Me apoye en la silla giratoria y cuando casi había conseguido levantarme, resbale por una hoja blanca que tenia bajo el pie y volví a caerme. La silla tampoco me ayudo demasiado, se me cayó encima no pudiendo abarcar todo mi peso. ¡Estupendo pensé!…
Estaba nuevamente en el suelo y la verdad es que me daba miedo no poder levantarme antes de limpiar todo aquel lío. Definitivamente hoy tenia cosas más importantes que hacer que limpiar mi cuarto, pero tenía la impresión de que si no lo hacía, no iba a poder hacer nada de lo que tenía planeado.
Seguía sentada en el suelo, sobre la baldosa fría que parecía una trampa para mi escaso equilibrio.
Me puse a recoger todo lo que tenía más cerca. Los lápices, los rotuladores, una botella de agua medio vacia, unos cuantos libros, varios pinceles y los dibujos que había hecho el día anterior.
No sé cómo había podido antes sobrevivir así en ese caos, parecía que había sido atracada por varios ladrones que se habían dedicado a desordenar todo en busca de dinero y objetos valiosos. Solo que mis objetos valiosos era justo lo que estaba tirado por el suelo.
Me levante con el ritmo abrumador de la guitarra que me hacía balancear arriba y abajo de la habitación en un baile improvisado recogiendo cada cosa que tenía tirada por el cuarto.
Cuando por fin acabe, había pasado mas de una hora. Me cerciore de que todo estaba en orden y para variar hice también la cama. No recordaba hacia cuanto tiempo que no la ordenaba. Mucho tiempo, demasiado tal vez.
Ya no me dolían tanto los codos y las rodillas por el golpe matutino, aún así me fui con sumo cuidado al baño, no quería volver a caerme. Ya tenía bastante para ese día. Seguramente tardarían en volver a tener su color natural. ¡Maldita sea! Y apenas se me habían currado de hace un par de semanas cuando me caí por las escaleras. Los tuve tenidas de color morado durante una semana entera. Tenía que saber a estas alturas que era incapaz de mantenerme a salvo ni en mi propia casa.
Miré mi reflejo en el espejo del baño que también necesitaba una limpieza, a no ser que mi cara se había desdibujado de la última vez que la había visto.
Los parpados me pesaban y las ojeras estaban presentes como siempre debajo de mis ojos oscureciéndome el rostro. Y el pelo estaba muy enrredado… no, no quería ni pensar en el pelo. ¡Genial! ¿Sería mucho pedir que al menos hoy estuviese guapa? No era por puro capricho, pero hoy lo necesitaba más que nunca.
En un intento de mejorar un poco esa primera imagen mía, limpie el espejo a conciencia, pero solo conseguí ver más claro mis marcadas ojeras y unos incipientes granos en la barbilla. ¡Maldición! No debería haber limpiado el espejo.
Me lave la cara enérgicamente y cabreada volví a mojar el espejo. Mi reflejo se desdibujo. Mejor, así ya no podía ver los malditos granos.
Me seque enérgicamente la cara y luego pensé que podía hacer con el pelo. Era bastante largo, hasta la cintura, e hice varias muecas de dolor mientras intentaba desenredarlo. Estaba tan enredado que si continuaba peinarlo seguramente me quedaría calva antes de desenredarlo. Por no hablar del dolor que eso me causaba. Abandone. Lo recogí en una coleta y lo deje como causa perdida.
Después de cepillarme rápidamente los dientes, regrese a mi habitación y me tire en la cama recién hecha, abrazando las suaves almohadas.
En la radio ahora sonaba un clásico que me hizo recordar cómo había llegado a este día tan importante para mí, e inevitablemente en cómo empezó todo.
Yo era muy tímida y una niña aun, tenía solo 18 años cuando su deslumbrante sonrisa lleno todo el pasillo del instituto donde estudiábamos. Él era el chico nuevo que le había trasladado desde otro instituto desde hacía solo un mes. Había llegado a ser muy popular en tan poco tiempo y yo… bueno… yo no.
Las hojas secas del otoño cubrían todo el patio del colegio. Había sonado la campana y me dirigía corriendo a la siguiente clase cuando resbale por las hojas y le di un buen golpe en la cabeza.
- Perdona, - conseguí decir cuando me desperté del golpe que me había tirado al suelo.
- No pasa nada. ¿Estás bien?
- Sí… eso creo - le contesté avergonzada, aunque no lo estaba, me dolía mucho la cabeza y creo que se me había inflado la frente.
Mi legendaria torpeza hacia su presencia nuevamente.
¿Porque tuve que toparme justamente con él, de tanta gente con quien podía hacer el ridículo porque tuve que hacerlo precisamente con él?
Mi falta de equilibro era más que conocida. Me había caído tantas veces, que ya nadie se sorprendería verme tirada en el suelo. Pero el no me conocía, y no quería que supiera ese aspecto de mi.
Esa fue nuestra primera conversación y en mi torpe encuentro nos presentamos. Porsupuesto, yo ya sabía quién era él, pero él no tenía ni idea de quién era yo.
- Soy Leonardo - me dijo mientras me tendía la mano y me ayudaba a levantarme del suelo.
- Giselle - le contesté en voz baja aún sonrojada.
Insistió en acompañarme a la enfermería. Se me había inflado mucho el chichón y me dolía bastante la cabeza. La enfermera me puso una compresa sobre la frente y pronto se me paso. Él estuvo todo el tiempo conmigo, muy pendiente de mí y así empezó nuestra historia.
La verdad es que nunca había pensado que un encuentro así conseguiría cambiar mi vida por completo, pero lo hizo.
Éramos muy distintos. Yo, bastante normalita: de estatura media, el pelo largo hasta la cintura de color castaño que cubría gran parte de mi complexión delgada. A penas se me podía ver los ojos verdes por debajo de las inmensas gafas que adornaban la mitad de mi rostro.
Él era todo lo contrario: de estatura alta y complexión fuerte, tenía el pelo castaño oscuro muy brillante y unos ojos negros muy intensos.
Los meses pasaron y me enamore de él antes de darme cuenta. Lo más extraño era que él me correspondía de un modo que nunca había imaginado.
No sabía exactamente que vio en mí. Pero el amor es así de irracional, no mide diferencias, cualidades o defectos, simplemente ocurre y no puedes explicarlo en palabras. Únicamente puedes disfrutar de esa sensación, sentirlo y dejar de preguntarte cómo has tenido tú esa suerte, porque no hay respuesta, es magia.
Cada año en nuestro aniversario me regaló una orquídea blanca muy hermosa que siempre guardaba entre las páginas de mis libros favoritos. Pero el tercer aniversario era especial, lo noté por la brillante luz de sus ojos. Me cogió la mano, la abrió y dentro me dejó una cajita negra…
No podía concebir que tanta felicidad pudiera inundar mi cuerpo. En cuanto formulo la pregunta, le conteste emocionada que -Si-.
Este día es especial para mí, me convertiré en su esposa, y compartiremos juntos el resto de nuestras vidas.
Después de recordar todo eso, ya no me preocupan ni las ojeras, ni los granos de la barbilla. De todas formas. ¿Quien se iba a fijar en mí, teniéndole a él a mi lado?
Bajé a la cocina para desayunar, pero tenía tantas emociones sueltas que no era capaz de cocinar algo en este estado eufórico.
Bebí un vaso de zumo de naranja acompañado de unas galletas y me precipité a buscar a mis padres, tenía tantas cosas que hacer y necesitaba su ayuda.
Me acerqué a su habitación, toqué a la puerta pero no me contestó nadie. Llamé a mi madre al móvil. Me dijo que estaba ya en el hotel con mi padre y que me esperaban.
Me vestí rápidamente y salí a la calle, cogí el primer taxi que encontré.
Hacía un día de mayo excelente. El sol brillaba más que los días anteriores, lo que me hizo recordar lo mucho que me preocupé hace unos días cuando empezó a llover, pensando que este día también va a ser caprichoso. Pero el cielo parecía despejado y la lluvia de hace unos días daba un aire fresco a la atmósfera.
La primavera había perfumado la ciudad con sus flores de distintos olores y el canto de los pájaros acariciaba los oídos.
De un lado a otro de la calle habían florecido los cerezos y sus pequeñas florecillas blancas vestían toda la ciudad. Y alguna vez cuando un coche pasaba demasiado cerca de ellos, sus pequeños pétalos se desprendían y alzaban en el aire su fragancia bailando sobre la calzada.
Salimos de la carretera y vi el jardín impresionante del hotel, aparcamos en frente de él.
Salí emocionada del taxi y me dirigí hacia las escaleras. Ya estaba ahí, mi corazón empezó latir muy fuerte y miles de pensamientos invadieron mi cuerpo. Al llegar al hotel todas las emociones empezaron a intensificarse.

Capítulo 2

La boda

Subí con el ascensor hasta el primer piso donde estaba mi habitación. Golpeé dos veces en la puerta y mi madre me abrió antes de golpear la tercera vez.
-Cariño, ya estás aquí - dijo emocionada.
A pesar de eso era bastante más cuerda que yo, había organizado todo aquello muy bien y me sorprendí lo bien que lo había hecho sin mí ayuda.
- Si - murmure.
- ¿Qué mala cara traes, pero que te ha pasado? - Me pregunto preocupada.
- Nada mama, - conteste un poco avergonzada que no podía estar guapa ni el día de mi boda.
- ¿Y esos granos? - Insistió. - ¿Ayer no los tenias verdad?
- No mama, no los tenía. - Conteste exasperada. - Me aparecieron hoy. ¿A qué molan verdad? - Sonreí irónicamente.
- No te preocupes, ya veremos cómo los tapamos. ¿Ana que te parece, le podías ayudar? - Le pregunto a mi mejor amiga.
- No sé yo… - contesto Ana, - son bastante evidentes. Tal vez no tenga solución.
- ¿Qué? - Grite preocupada mirándome en el espejo.
- Tranquila, era solo una broma, claro que los puedo tapar - dijo sonriendo tras una pausa.
- Ana no juegues conmigo por favor, no estoy yo ahora para bromas. - Le pedí.
- Lo conseguiré - prometió, - aunque mi vida este en ello - dijo muy teatral.
- Gracias - murmure complacida.
Estaba todo preparado, pero no gracias a mí, tengo que admitir que mi madre se había encargado de todo.
Si fuera por mí no habría conseguido hacer nada por el estilo. Yo prefería algo mas intimo, solo con familiares y amigos cercanos y en un lugar más familiar. Tal vez en la playa que tanto adoraba.
Pero mi madre no opina lo mismo, porque dice ella que para una vez que se casa su única hija tiene que hacerlo a lo grande.
Aunque este era el sueño de mi madre y no el mío, acepté deseando complacerla en todo, verla feliz me hacia también feliz a mí.
La habitación del hotel era amplia, con paredes de color blanco y tenía el suelo cubierto de una alfombra granate, del mismo tono que las cortinas. La cama doble era vestida de blanco con bordes granates también. Por lo visto todo era bastante acogedor. Me gustaba.
Mi madre me miraba con esos ojos suyos del mismo color que los míos, llenos de luz brillante y su sonrisa amplia iluminaban toda la estancia.
La abracé y ella me respondió con otra de sus grandes sonrisas.
Lo tenía todo preparado desde hace días. Mi madre sacó el vestido de novia del armario y lo puso sobre la cama. Los zapatos blancos relucientes los puso al lado de la cama y el velo lo situó en la cama sobre las blancas almohadas.
Miré la cama y me resultaba difícil creer que todo eso era mío.
Tenía todo para empezar a vestirme pero las emociones me abrumaron. Me senté en la cama al lado del vestido acariciando su tela blanca y suave con sus transparentes bordes de encaje.
Cuando mamá se marchó a verificar los últimos preparativos de la boda, me quede en compañía de mi mejor amiga Ana que ordenaba delante del espejo los artilujios necesarios para arreglarme.
Tenía todo para empezar a vestirme pero estaba tan nerviosa que empecé a sudar de repente. Siempre que me ponía nerviosa empezaba a sudar, era como un acto reflejo. No podía controlarlo.
Me di una ducha caliente y luego regrese a la habitación. Ana me esperaba impaciente.
Volví a mirarme en el espejo. Los granos seguían ahí y las ojeras también. La cara ya no me parecía tan hinchada pero ahora había adquirido un color rojizo nada favorecedor.
Aunque mi aspecto no había mejorado mucho, el baño ayudo a relajarme. Me senté en una silla y deje que la magia de Ana haga su efecto en mi rostro.
Unos minutos más tarde estaba irreconocible. Me había tapado completamente los granos y las ojeras con un suave maquillaje y la rojez había desaparecido. Había vuelto a mi color natural. Mejor que eso. Estaba increíble.
- Eso es asombroso - le dije a Ana, mientras me tocaba el rostro en un espejo sin creer aún el resultado. 
- Si, ¿verdad? - Me aprobó ella.
- Mucha suerte, ahora toca el pelo - le anime.
- Si que voy a necesitar mucha suerte para conseguir desenredarte esto - masculló. Luego empezó a pulverizar una cantidad industrial de spray desde la coronilla hasta las puntas.
En cuanto empezó a cepillarme el pelo, me prepare a sufrir. Por sorpresa mía no se quedaba con mechones míos entre los dedos. El peine iba lentamente de arriba abajo desenredándome el pelo sin dolor ninguno.
- ¿Cómo lo consigues? - Pregunte sorprendida.
- ¿El qué? - Me pregunto confusa.
- Ya sabes, cepillarme el pelo sin dolor,- dije asombrada.
- Es magia, no lo intentes en casa, seguro que te quedaras calva con la suerte que tienes.
Le diriji una mirada sarcastica y deje de hablarle.
Ella empezo a reir mientras me secaba el pelo con el secador, luego me hizo un medio recogido y onduló los mechones rectos y sin ninguna forma. El resultado final estaba genial, sedoso, brillante y ondulado, como nunca lo había tenido.
Me levanté y empecé a vestirme con su ayuda.
En cuanto me desvesti, las rodillas y los codos quedaron al descubierto. Espere que Ana no se diera cuenta del color púrpura que habían adquirido.
- ¿Pero que te ha pasado en los codos… y las rodillas? - me pregunto en cuanto los vio.
- Nada importante, me caí hoy por la mañana,- admití un poco avergonzada.
Pero ni siquiera ese recuerdo podía ensombrecer la completa felicidad que sentía en ese momento.
- Claro, me lo imagino,- sonrió sin poder contenerse.
- He, que no es gracioso. - Proteste.
- Sí que lo es, y tú lo sabes. ¿Como paso, resbalaste por la escalera nuevamente? - Volvió a reírse.
- No, solo me di un golpe contra la silla. - Admití.
- ¿Contra la silla? - Agrego divertida - Cariño, siento decírtelo, pero eres un completo desastre. - Tenía razón, lo era. - Menos mal que eres un desastre adorable, - continuo.
- Si adorable…- murmure.
Ana, como la mayoría de mis amigos y familiares estaba al tanto de mis constantes golpes, ya que después de tantos era difícil ocultarselos.
Mi madre siempre decía que todo en la vida era cosa del destino. Tal vez el destino se la jugó, con una hija tan predispuesta a matarse accidentalmente. A estas alturas había tenido ya infinidad de golpes de toda clase, algunos graves y otros no tanto. No sé cómo, tal vez por puro milagro, o porque aún no había llegado mi hora, conseguí salir indemne hasta ahora. Pero tenía los días contados esto lo sabía.
Faltaba poco tiempo para la ceremonia, Ana me ayudo a ponerme el vestido y me colocó el velo blanco y transparente detrás del medio recogido. Me coloque tambien los zapatos blancos con mucho cuidado y me quedé mirándome en el espejo.
Era difícil creer que era la misma chica que por la mañana se miro en el espejo de su baño. Estaba guapa. Más que eso, estaba radiante. Con tanta emoción suelta, una lágrima recorrió la mejilla hasta llegar a la barbilla. Ana me abrazó, mirándome también en el espejo, me secó la lágrima y me dio un beso en la mejilla.
- Estas preciosa - me dijo, sonriendo con los ojos húmedos también.
- Gracias a ti - le contesté devolviéndole la sonrisa.
- Bueno, en parte tienes razón - sonrió alegremente.
Nos reímos las dos durante un rato y sin darnos cuenta paso el tiempo y se aproximaba la hora de la ceremonia, a cada minuto estaba más inquieta.
A través de la ventana la vista era realmente preciosa. Se observaba el grande jardín cubierto del césped verde y las sillas ornamentadas con lacitos blancos. Preciosas palmeras de un lado y otro del jardín completaban el ambiente. Había una larga alfombra granate que llegaba hasta el altar de madera de pino cubierto de orquídeas blancas con toques lila, mis flores preferidos.
Siempre pensé que si alguna vez me casaría lo haría en mi sitio preferido. Es un lugar mágico que descubrí de pequeña donde voy siempre que estoy triste y ahí escucho el mar y su sonido me hace sentir mejor enseguida.
Me gustaría saber nadar para poder entrar más adentro en el mar. Pero no sé por qué razón nunca aprendí, aunque de pequeña mi padre se esforzó mucho en enseñarme.
Con la mirada perdida en el jardín, me deje llevar por los recuerdos de mi infancia. Unos golpes en la puerta me hicieron regresar a la realidad.
- Pasa - dije mientras abrí la puerta.
Cuando mi madre entro se quedo muy sorprendida al verme.
- Pero qué guapa estás, estás preciosa. - Me dijo ella abrazándome.
- Gracias mamá.
Ella me dio un beso en la frente y yo se lo devuelvo en la mejilla.
- ¿Ana cómo lo has conseguido? - Le preguntó sorprendida.
- No ha sido muy difícil, ella tampoco estaba tan mal. - contestó Ana riéndose.
- Gracias. - sonreí irónicamente.
- ¿Cariño, pero que te ha pasado en los codos? - Me interrogó.
- Nada mama, me di un golpe por la mañana contra la silla. - Conteste intentando quitarle importancia al asunto.
- Esto ésta horroroso - dijo ella mirándome atentamente la herida de los codos.
- Y eso que todavía no le has visto las rodillas, - le susurro al oído Ana.
Le dedique una mirada asesina a Ana mientras mi madre me levantaba el vestido y me examinaba las rodillas. 
- ¿Y esto cómo te lo has hecho? - me volvió a interrogar.
- Ya te lo he dicho, con la silla - conteste enfadada por haberlo notado.
- ¿Es que no puedes tener cuidado ni el día de tu boda? - Me regaño.
- Mama, solo me tropecé, fue un accidente, nada más. - Intenté disculparme.
- Ya lo sé cariño, pero tienes que tener más cuidado, has tenido demasiados accidentes hasta ahora.
- Ya, lo sé - conteste derrotada por su lógica conclusión.
Eso no es justo, pensé. Este mes solo había tenido dos accidentes, tampoco eran tantos. Pero claro, aun no se había acabado el mes, solo estábamos por la mitad.
Instintivamente volví a mirar por la ventana y al lado de la calle observe su coche acercándose. Mi corazón se aceleró repentinamente. Bum bum, bum bum. Ya era la hora.
<Tranquila, me dije a mi misma. ¿No querrás volver a empezar a sudar?>
Intente calmarme un poco antes de empezar hacerle señas desde la ventana.
<Tranquila, me dije nuevamente, no te pongas nerviosa.>
El me miró desde la ventanilla del coche como si supiera que yo le estaba viendo. Nuestras miradas se encontraron y un hormigueo inundo mi cuerpo, lo sentí hasta en los huesos.
Me saludó con la mano al mismo tiempo que yo a él. Me acerqué para verlo mejor pegando mi mano contra el cristal.
- Ha llegado Leonardo - dije sin poder controlar mi voz.
- ¿Dónde está? - Pregunto impaciente mi madre.
- Ahí - señale con la mano hacia el coche.
Mi madre se asomó a la ventana para verle. Parecía incluso más nerviosa que yo.
- Voy a bajar a hablar con su madre, vuelvo enseguida - me avisó.
- De acuerdo - contesté.
- Te voy acompañar - agrego Ana.
Mi madre y Ana salieron a buscar a sus padres y me quede sola. Volví a mirar por la ventana buscándole con la mirada hasta que le encontré.
  
Capítulo 3

¿DESTINO?

Aparcó el coche frente al hotel y no dejaba de mirarme y sonreírme.
Salió del coche. Llevaba un traje negro muy elegante, y tenía en el pecho una orquídea blanca, estaba increíble.
En cuanto nuestras miradas se cruzaron ya no dejamos de mirarnos, nos seguíamos el uno al otro con la mirada con una sonrisa tonta en la cara, una sonrisa de felicidad. Felicidad absoluta.
El corazón empezó a latir cada vez más rápido, tan rápido que podía oírlo, por un momento cerré los ojos y me imagine cómo sería nuestra vida a partir de hoy. Y le ví junto a mí caminando hacia el altar. Dándonos el sí quiero y empezar a vivir el resto de nuestra vida. Le vi envejeciendo junto a mi disfrutando de cada momento compartido, y era todo tan real que casi podía tocarlo.
Abrí los ojos para transformar mi fantasía en realidad. Mi respiración cada vez más honda dejó una ligera película en el cristal que disminuía la visión. Pasé la mano por el cristal limpiando la niebla que me impedía verlo y de repente nuestras miradas se volvieron a encontrar. Tenía la misma sonrisa en la cara.
Cruzaba la calle sin dejar de mirarme cuando un chirrido de ruedas se escuchó a su lado, el coche le chocó y él salió disparado unos metros.
Mi corazón se paró. Durante un instante no supe que hacer. La vista se me nubló y un aire frío recorrió todo mi cuerpo. De repente empecé a temblar y aunque me esforzaba en parar, no podía hacerlo.
Me quedé de piedra… Por un momento no pude reaccionar, no podía creerlo. Me quedé en estado de shock y sentí que en ese preciso instante se me calló el cielo encima, sentía cuánto pesaba y su densidad me doblaba la espalda.
Salí de la habitación llena de angustia, un dolor agudo en el pecho no me dejaba respirar y corrí llorando por el pasillo.
Corría tan de prisa por las escaleras que por los nervios perdí los zapatos. Me sujete el vestido para no tropezarme y no me paré hasta llegar a su lado.
Estaba ahí, tendido en la calle. El conductor había huido y la gente ya estaba rodeándole. Me hice camino entre la gente y me arrodillé a su lado. Había perdido mucha sangre. Tenía los ojos llenos de miedo y me quería decir algo…
- ¡Llamad a una ambulancia por favor! ¡Rápido! ¡Os ruego! - Grité.
- Ya he llamado yo - escuché una voz masculina entre la gente reunida alrededor. No levanté la mirada para ver quién me había hablado. No podía dejar de mirarle, su cuerpo estaba inerte en la calle, su cabello estaba bañado en sangre. Tenía un golpe profundo en la cabeza y la sangre corría a chorros por su frente. Intenté limpiarle con un trozo del vestido y pararle la hemorragia, pero la sangre corría demasiado rápido.
- Leonardo, tranquilo, todo va a salir bien - le dije, aunque era difícil creerlo. Eso tenía muy mala pinta. Pero tenía que ser fuerte por él, no quería que me viera débil y llena de pánico como estaba, tenía que decirle que todo va a salir bien.
- Giselle cariño… - murmuro con voz débil y entre espasmos, mientras me acariciaba el rostro con la mano - no voy a salir de esta, pero no te preocupes mi amor, siempre estaré a tu lado, pase lo que pase… 
- No digas eso, cariño - susurre sin poder contener más las lágrimas - vas a ver que pronto te vas a recuperar y seguiremos adelante con nuestra vida…

 Al pronunciar las últimas palabras el llanto se apoderó de mí y ya no podía controlarlo. No comprendía cómo había pasado esto. ¿Por qué ahora, y por qué a nosotros?...
- Te amo, no llores amor mío, sé feliz - suspiro, y cerró los ojos cayendo en la inconsciencia.
- ¡Leonardo!… - grité - por favor no me dejes - se me quebró la voz.
Le toqué el pecho para sentir su corazón latiendo en mi palma, pero no había nada. Las pulsaciones se habían parado y su respiración se había cortado. Toque sus fríos labios con los míos y el beso me resulto amargo. Sentí el peso del mundo en mis hombros aplastándome y devorando la última esperanza que me había quedado.
Le abrazaba y no quería desprenderme de su cuerpo cuando la ambulancia llegó y me apartaron de su lado dos enfermeros para poder socorrerle.
Observe acercándose a mis padres, los suyos, Ana y mucha más gente que no reconocía en ese momento.
Mi madre y Ana me abrazaron y me preguntaron a la vez:
- ¿Qué ha pasado, estás herida?
Llevaba ensangrentado el vestido y tenía sangre también en los brazos y la cara.
- No…yo no - les contesté entre suspiros, aunque sentía literalmente como me habían arrancado el corazón.
- ¿Pero qué ha pasado? - Me preguntaron horrorizadas mientras miraban en la dirección donde se encontraba Leonardo.
- Leonardo esta herido, le ha atropellado un coche - dije con las últimas fuerzas que me habían quedado, indicando con la mano el lugar donde estaba aún tendido en el suelo, con los médicos atendiéndole.
Su madre cuando le vio ahí tendido en la calle con los médicos alrededor de él, empezó llorar violentamente y su marido le abrazó fuerte intentando consolarla.
Le hicieron masaje cardíaco, su corazón había parado. Yo lo sabía, lo había notado. Trataban de reanimarle, le metieron un tubo por la boca intentando hacer que respire. Estuvieron durante un tiempo intentándolo y después uno de ellos dijo: 
- Es en vano, ha muerto. Apunta la hora de la muerte…
- ¡Noooo! - Grité enloquecida. - Sigue intentándolo, él no puede haber muerto…
Corrí a su lado, le abracé y le volví a besar sus fríos labios y le dije entre llantos:
- No te puedes ir mi amor, por favor no te vayas, quédate conmigo…
Alrededor sólo se podían oír llantos, pero solo pude identificar los de sus padres y los de los míos. Lo demás me parecía un ruido que golpeaba mis oídos sin poder descífralo.
Sentí cómo me apartaron de él otra vez los mismos enfermeros y ví cómo le cubrieron con una bolsa de plástico y después le metieron en la ambulancia.
Lo último que escuché fue la sirena de policía y dos hombres uniformados empezaron hacer preguntas a los testigos.
Ya no era capaz de oír nada más, salvo las últimas palabras del médico que resonaban en mi mente y acribillaba mi cerebro… ¨ Ha muerto, apunta la hora de la muerte…
Leonardo ha muerto, eso no era posible. ¿Cómo podía haber muerto mi mitad y yo seguir existiendo, el corazón aún latía en mi pecho, eso no era posible?…
Me deshice de los brazos de mi madre y empecé a correr frenéticamente hacia el bosque. Ana intentó detenerme pero mi padre le dijo:
- Déjala Ana, necesita estar sola, déjala.
Necesitaba correr, huir de ahí, todo eso me superaba. Me fui en dirección al único sitio que me vino a la mente, el que adoraba de pequeña, donde sabía que estaría sola, no quería oír a nadie más, sólo quería estar sola.
Corrí descalza sin parar entre los árboles del gran bosque que ocultaba la orilla del mar. El viento triste galopaba entre los árboles matando mi esperanza en el verde de su alma. El temporal arremolinaba sus hojas que volaban sobre mi cabeza en la profunda soledad del bosque.
El camino hacia la playa me hizo muchos arañazos en los pies que ahora me sangraban. Andé cojeando hasta el mar, donde metí los pies cansados y su frescor alivió un poco el dolor. El agua salada me escocía las heridas. Los tenía muy hinchados de tanto correr y necesitaba refrescarlos.
Me senté en la fina arena blanca y pensé en todo lo que había pasado. Las imágenes me venian a la cabeza una tras otra, y en todas Leonardo perdia la vida. Me negaba a creerlo aunque lo había visto con mis propios ojos.
Era las 05:00 de la tarde… en un día caluroso de mayo… cuando mis sueños se hicieron pedazos…
El grito delirante y sofocado de mi alma rugía ante el mar, pidiendo regresar atrás por un momento y cambiar mi destino, hacerlo más ameno.
Donde el mar bañaba las rocas y conquistaba la orilla, la niebla de mi pasado se extendía ante mí. Entre las aguas fértiles de mi tierra recogía los escombros de mi corazón. Tiemblan mis huesos ante el azul del cielo que caía sobre mi alma apretada de tanta tristeza.
Entre las cortinas de humo, lagunas y dunas de arena que tenía ante mí, molían esperanzas sobrias, mientras que el viento traía sonidos sordos y amargos que enterraba las campanas de mi corazón.
Pensaba que oír el canto del mar me tranquilizaría pero era inútil todo lo que yo podía hacer para sentirme mejor.
Cerraba los ojos pensando en él, en los últimos momentos cuando lo tenía en mis brazos, en sus últimas palabras… Te amo, no llores mi amor, sé feliz… como si eso fuera posible sin él…
Había puesto todas mis esperanzas en él, mi futuro no lo concebía sin él. ¿Cómo podía haber muerto el mismo día de nuestra boda, el mismo día que empezaba nuestra vida juntos?… ¿Cómo?
No podía creerlo, debía ser una broma de mal gusto del destino, Leonardo vivía y nada de eso era real.
Una realidad que no quería reconocer, una verdad que odiaba con todo mi ser.
Caminando entre las olas del mar, me acerqué a una roca y me subí encima. Tenía una altura bastante grande, así podía ver el mar en su totalidad y pensar en lo que iba hacer de ahora en adelante.
No podía encajar ningún plan donde Leonardo no existiera, había pasado demasiado tiempo con él para entablar algún plan donde el no existiera.
Me sentía totalmente perdida, me volvió a inundar las lágrimas y el llanto se apoderó de mi corazón que aullaba más fuerte que nunca.
Entonces escuché el canto que me enamoró de pequeña y que me hacía venir siempre a este rincón que parecía creado especialmente para mí.
La brisa del mar me alcanzo el rostro y el pelo ya despeinado se mojó, sentí una tranquilidad injustificada con todo lo que lleva ese día.
Las olas del mar rompían contra la roca donde estaba sentada mojándome los pies y refrescándome.
Me puse de pie y me preparé para sentir una nueva brisa del mar cuando unas olas gigantes de repente me desequilibraron y me caí al mar…
Traté de acercarme a la roca, pero la corriente me adentró más en el mar, sentí que poco a poco me alejaba más y me quedaba sin aire.
Me ahogaba y no podía hacer nada para salvarme. Ni siquiera sabía si me quería salvar o no. Tal vez mi destino era seguir junto a Leonardo para el resto de la eternidad. Por un momento dejé de luchar contra las olas. Pensé que así seguiría en otra vida junto a mi alma perdida y dejaría de sufrir.
Dejar de sufrir era el mayor deseo que tenía, porque sabía que si de alguna manera conseguía salvarme, eso no pasaría, volvería a sufrir el resto de mis desgraciados días. Así que abandoné, en ese momento dejé de luchar.
Unos segundos más tarde seguía flotando entre las olas esperando que pase lo inevitable.
Recorde los últimos momentos con mi familia. Lo feliz que había sido antes de que todo mi mundo cambiara… y por ellos, sólo por ellos, deseé vivir, deseé salvarme. Pero era demasiado tarde, sentí mis pies tocar el fondo del mar y sabía que me quedaban pocos segundos de vida.
Seguí consciente durante unos momentos entre las olas y llegué hasta ver los adentros del mar. Había tanta luz ahí abajo y estaba todo tan transparente, tan lleno de vida… Qué pena no haber visto esto antes para poder disfrutarlo y verlo justamente ahora cuando estaba a punto de morir.
La muerte en cambio me traería paz, me iba a reunir con Leonardo y será como si nunca nos habíamos separado. Sería mucho mejor que seguir con vida esperando una eternidad para volver a estar con él. No era capaz de reunir fuerzas para seguir adelante en una vida donde el no existiera. ¿Qué sentido tendría sin él?
Leonardo y yo habíamos sido según los mitos hindúes una misma persona, que un brujo malvado había separado al nacer y desde entonces no dejamos de buscarnos.
Hace 3 años que nos encontramos y supe enseguida que era mi mitad, que él me hacía sentir completa.
Había leído esta historia antigua hace mucho tiempo. La creí incluso antes de conocer a Leonardo. Supe que era él me completaba en cuanto le vi.
Me quedé inconsciente en mis últimos segundos de vida contemplando las maravillas del mar, pensando que había muerto, que no había escapatoria.
Me encontraría con Leonardo y seguiremos juntos para siempre en la otra vida…

ADEMARO

No podía dejarla morir. No era capaz de hacerlo. Dejarla morir implicaba matarla yo mismo. No podía tener su muerte sobre mi conciencia.
Con todos los riesgos que eso me suponía, me sumergí en el mar y la busqué entre los corales y miles de peces que nadaban a su alrededor. La encontré desmayada flotando en el fondo del mar.
No lo dudé ningún momento, me acerqué y la saqué a la luz del sol, dejé su cuerpo inerte y frío en una roca. Tenía el rostro pálido y los labios azules. Su corazón había dejado de latir y no respiraba.
Intenté reanimarla apretándole suavemente el pecho dándole un masaje cardíaco, pero su corazón seguía sin latir.
Verla así, sin vida, resultaba chocante.
¿Y si había esperado demasiado y por mi culpa había muerto? ¡No! No podía rendirme, ella no podía haber muerto.
El recuerdo que tenía de ella era de una chica siempre alegre. La recordaba sonriendo, llena de vida pintando en la playa. Me negaba a creer que estaba muerta.
Miraba su rostro inexpresivo, sus labios azules y su cuerpo frío apretado por el vestido de novia.
Hoy se iba a casar, iba a ser el día más feliz de su vida y en vez de eso, estaba debatiéndose entre la vida y la muerte. No podía dejar que tenga un destino tan trágico. Ella se merecía ser feliz, ella se merecía vivir.
Tenía que volver a intentarlo. Apreté nuevamente las manos entrelazadas en torno a su pecho, deseando oír una respuesta en su cuerpo. Después de unos minutos sentí por debajo de mis palmas cerradas en su pecho los débiles latidos de su corazón.
Aún así seguía sin respirar. Me acerqué a su boca posando mis labios en los suyos intentando prestarle el aire de mis pulmones para hacerla respirar.
Me aparté de ella y luego escuché el sonido de su garganta al sacar toda el agua que había inundado sus pulmones.
Estaba viva y eso era todo que quería saber. Me alejé de ella entre las olas del mar nadando deprisa para que no me pudiera ver.
Llegué al otro lado de la playa y me metí en el bosque vigilándola. Seguía en la roca sin moverse apenas y tuve que contener el deseo de acercarme a ver cómo estaba.
Estaba viva y con eso me bastaba. No podía dejar que me viera, no podía arriesgarme de esa forma.
Aunque lo entendería, (cosa que dudo mucho) no podía ponerla en peligro de ese modo. Ella jamás podría saber quién era yo. Lo tenía totalmente prohibido. Era la única forma de protegernos, eso era lo que siempre me había advertido mi familia.


GISELLE

De repente el sol abrasador me cegaba, me desperté en una roca y no estaba sola. No sabía si lo que veía era verdad, no sabía si estaba viva o muerta, todo era muy confuso.
Veía un rostro joven a mi lado que brillaba en la luz del sol, mirándome fijamente y tocándome la frente… No me decía nada sólo me miraba.
De una forma u otra me dí cuenta de que era mi salvador. Y cuando quise agradecérselo, se fue nadando entre las olas del mar. Le quise decir que no se marche, pero mi garganta no podía articular ninguna palabra. Mis pulmones carecían de aire para poder hablar, apenas podía respirar.
Tosí varias veces intentando sacar toda el agua que había en mis pulmones. Cuando por fin me aclaré la garganta, miré alrededor para buscarle con la mirada, pero ya se había marchado.
Espere durante un tiempo a que regresase, pero no había ni rastro de él. Luego pensé que me lo había imaginado. Era todo muy confuso. Me bajé de la roca con cuidado y me marché a casa. Atravesé la playa y luego el gran bosque y salí por la parte que estaba poblada.
Me dolían mucho los pies que me sangraban otra vez, pero andaba con cuidado para no lastimarme más.
Por el camino a casa no podía parar de pensar en él. Era imposible que me lo imaginase. Alguien debería haberme salvado, no podía haber llegado yo sola e inconsciente hasta la roca…
La imagen que me recordaba a él, era borrosa, pero sé que existía. Tenía que volver a verlo para agradecérselo debidamente. ¿Era eso lo que se hace cuando a uno le salvan, no? Aunque no estaba muy segura de si estaba o no contenta de seguir con vida, pero aun así tenía que agradecérselo.
Estaba hecho un desastre, mi vestido blanco estaba empapado y lleno de algas verdes, había perdido las lentillas y apenas podía ver por donde andaba. Tenía algas por todas partes, hasta en él pelo, y había perdido el velo entre las olas del mar. Sin zapatos me dirigía a casa, arrastrando los pies descalzos por la acera. El vestido mojado me pesaba una tonelada y apenas podía andar cuando Ana me encontró.
- ¿Qué estás haciendo aquí? Todo el mundo te está buscando. ¿Y qué pinta llevas, que te ha pasado? - Me pregunto preocupada.
- Lo siento…- Rompí a llorar.
Me abrazo tiernamente y me volvió a mirar cuando su vestido rosa se mojo al abrazarme.
- Tus padres te están buscando. Están muy preocupados. Pensé que podías estar en la playa, pero como no sabía en cual estabas, llevo varias horas buscándote. ¿Por qué estas mojada y llena de algas, que ha pasado? - Me volvió a preguntar.
- Yo… - murmure mirando mi desastroso vestido, - perdona que me fuera así, pero necesitaba estar sola.
Le explique entre suspiros lo que me había pasado y como me había salvado el extraño hombre que luego se marcho.
- Oh…, Giselle, lo siento tanto - me dijo mientras me abrazaba y me frotaba la espalda.
- Gracias Ana. - Murmuré y le abrace más fuerte aún.
- Siento haberme marchado así, pero necesitaba estar sola, entiéndeme. - Susurré.
- Te comprendo - asintió, mientras me apartaba el pelo de la cara.
Regresamos a casa caminando, ella me sujetaba del brazo porque seguía cojeando por las heridas de los pies, que me sangraban mucho.
En cuanto llegué a casa me paré en la ducha, mientras Ana llamaba a mis padres para informarles de que ya estaba en casa.
Me quedé un buen tiempo debajo de la ducha, con los ojos cerrados deseando que todo eso fuera una pesadilla y que pronto pudiera despertarme. Pero el sonido del agua sobre mi piel era real. Tan real como mi torturada alma aferrándose a un hilo de esperanza para poder enfrentarme a todo eso.
Me dolían los múltiples arañazos de los pies y miraba cómo el agua se llevaba la sangre y me limpiaba las heridas. Pero las heridas del corazón no había modo de borrarlas. Ahí seguían atormentándome, y no podía hacer nada para evitarlo.
Aunque sabía que contaba con el apoyo de Ana y el de mis padres, había cosas que debía hacer sola y no me sentía capaz de hacer nada en ese momento.

1 comentario:

  1. En cuanto tenga un momento hago un comentario de lo poco que he leído de ti obra. Parece interesante y la verdad me gustaría leerla completa...

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